sábado, 17 de junio de 2017

Primer puesto categoría Prosa - I Concurso Simone de Beauvoir

Querida futura hija

Hola preciosa. Siento este saludo de mierda. En la época de tu madre, “preciosa” era el mejor halago que podían hacerte.
Sinceramente, no sé muy bien cómo empezar esta carta. Pero sé para qué.
Dicen, que a veces la mejor composición de arte nace de la tristeza. Y aunque yo, me atrevería también a escribir los versos más tristes esta noche, prefiero compartir el galimatías que se oculta entre mis rizos.
Hoy, al contrario que la mayoría de la gente, me he sentado en silencio. Observando.
Han sido los minutos más reveladores de mi vida.
No las veía, las miraba. Atenta y callada, las contemplaba correr de un lado para otro.
Cabello a un lado, cabello al otro. Mueca. No, no es lo suficientemente largo, demasiado volumen, muy liso, muy encrespado.
Unos vaqueros de cualquier tienda de moda. No sube la cremallera, una vuelta frente al espejo. Mueca. Poco culo, no me suben, aprieta más el cinturón. ¿Habrán encogido o…?
Rímel, base, corrector. Fuera ojeras, fuera granos, fuera manchas. No, aún no. Tiene que estar perfecta, pero esa nariz no se arregla con maquillaje. Labios demasiado finos, ojos demasiado pequeños, joder, por qué son tan saltones. Mueca. Mierda.
Sonríe, intenta sonreír. Sonríe sin dientes. A ver si me los arreglo. Sonríe de lado. Estúpida papada. Mueca. Mierda.
Por favor, dime que lo que te acabo de contar, no te resulta familiar.
Que tal vez, te recuerda a aquella serie de época que viste comiendo palomitas.
Mientras te comías ese último trozo de pizza, porque sabías que ibas a estar igual de preciosa con o sin él.
Dime, que esa noche, saliste a tu balcón, enfundada en tu pijama y con un moño como uniforme de guerra. Que mirabas las estrellas y que encontraste el universo en aquellos ojos grises.
Cuéntame cómo te trata, cómo te tiende la mano cuando necesitas ayuda.
Cómo respeta que pongas la tuya entre vosotros para decir, “para”.
Dime que te da igual lo que tenga entre las piernas. Que a ti, te llena lo que tiene tres cuartas más arriba.
Dime que no hay mitades, pero que quieres compartir la felicidad y las penas que ya tenías.
Que no has buscado desesperadamente un mínimo rastro de cariño.
Que ni siquiera sabes de lo que hablo, porque sabes que el amor de tu vida es el que llevas dentro.
Cuéntame, tal vez entre lágrimas, cómo se terminó todo.
Cómo te trajo a casa una tarde de lluvia, y encontraste sentado en un banco a aquel amigo fiel del que siempre hablas, esperando con un abrazo.
Cómo paseasteis horas y horas por aquella callecita solitaria que sólo vosotros conocéis.
Dime, que fuera de ser una amenaza, un enemigo con el que estar alerta, fue la aspirina para el alma que tanto necesitabas.
Dime que, pasado un tiempo, todo aquello parecía más pequeño.
Que un día, por fin, saliste de fiesta. Que sonreíste al mirarte al espejo. Que te reías de tus ojeras, de aquel lunar que tienes en la ceja, y que te hace única. De esos kilitos “de más”. Que usaste aquel pintalabios, ese que no le gusta a nadie, pero que a ti te encanta, besaste tu reflejo y comenzaste a girar sobre tus tacones o zapatillas hasta llegar a la pista de baile.
Que estabas preciosa.
Que lucías la sonrisa más deslumbrante y bailaste hasta que no podías más. No para ser la mejor, no para intentar que todas las miradas estuviesen en ti, solo para bailar,
Para reír a carcajadas.
Para que vuele tu falda, para que vueles tú.
Para que vuelen si quieres también tus bragas.
Que ilumines por ti misma, que no seas el reflejo de nadie. Que vueles libre.
Tendrás que contarme también, que pasados los años, te diste cuenta que la vida era más que eso.
Que llegaron las arrugas, las estrías, la flacidez. Y cómo sonreías al verlas.
Cuéntame que eran recuerdos. Recuerdos de cómo tu vida estuvo marcada por personas, por momentos y no por reglas.
Que salías a la calle con aquella blusa escotada, segura de ti misma. Pisando fuerte, dejando huella.
Que no dejaste nunca que te pasaran por un molde.
Que no han tenido cojones de ponerte un número de serie de algún clon más.
Que eras preciosa. Que eres preciosa. Jodidamente preciosa. Diferente y jodidamente preciosa.
Querida y preciosa hija. Que no te llamen pequeña, porque eres enorme sin importar tu tamaño.
A mí, ya para terminar, me queda luchar, esperar y confiar.
Confiar en que tú que estás leyendo esto, aprendas.
Aprendas a ser fuerte, a cuándo usar tu fuerza, a cuándo abrazar el dolor.
Que aprendas y sepas, que si juntas somos invencibles, individualmente, que no solas, somos la hostia.
Querida y preciosa hija. Último consejo no apto para todos los públicos.
Si alguien te molesta,
No le digas que te coma el coño, porque ahí no se acerca cualquiera.
Dile que le follen.

Así todos seríamos más felices y el mundo iría mejor.

                                                                                                                                 Lendania

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