Querida
futura hija
Hola
preciosa. Siento este saludo de mierda. En la época de tu madre, “preciosa” era
el mejor halago que podían hacerte.
Sinceramente,
no sé muy bien cómo empezar esta carta. Pero sé para qué.
Dicen,
que a veces la mejor composición de arte nace de la tristeza. Y aunque yo, me
atrevería también a escribir los versos más tristes esta noche, prefiero
compartir el galimatías que se oculta entre mis rizos.
Hoy,
al contrario que la mayoría de la gente, me he sentado en silencio. Observando.
Han
sido los minutos más reveladores de mi vida.
No
las veía, las miraba. Atenta y callada, las contemplaba correr de un lado para
otro.
Cabello
a un lado, cabello al otro. Mueca. No, no es lo suficientemente largo,
demasiado volumen, muy liso, muy encrespado.
Unos
vaqueros de cualquier tienda de moda. No sube la cremallera, una vuelta frente
al espejo. Mueca. Poco culo, no me suben, aprieta más el cinturón. ¿Habrán
encogido o…?
Rímel,
base, corrector. Fuera ojeras, fuera granos, fuera manchas. No, aún no. Tiene
que estar perfecta, pero esa nariz no se arregla con maquillaje. Labios
demasiado finos, ojos demasiado pequeños, joder, por qué son tan saltones.
Mueca. Mierda.
Sonríe,
intenta sonreír. Sonríe sin dientes. A ver si me los arreglo. Sonríe de lado. Estúpida
papada. Mueca. Mierda.
Por
favor, dime que lo que te acabo de contar, no te resulta familiar.
Que
tal vez, te recuerda a aquella serie de época que viste comiendo palomitas.
Mientras
te comías ese último trozo de pizza, porque sabías que ibas a estar igual de
preciosa con o sin él.
Dime,
que esa noche, saliste a tu balcón, enfundada en tu pijama y con un moño como
uniforme de guerra. Que mirabas las estrellas y que encontraste el universo en
aquellos ojos grises.
Cuéntame
cómo te trata, cómo te tiende la mano cuando necesitas ayuda.
Cómo
respeta que pongas la tuya entre vosotros para decir, “para”.
Dime
que te da igual lo que tenga entre las piernas. Que a ti, te llena lo que tiene
tres cuartas más arriba.
Dime
que no hay mitades, pero que quieres compartir la felicidad y las penas que ya
tenías.
Que
no has buscado desesperadamente un mínimo rastro de cariño.
Que
ni siquiera sabes de lo que hablo, porque sabes que el amor de tu vida es el
que llevas dentro.
Cuéntame,
tal vez entre lágrimas, cómo se terminó todo.
Cómo
te trajo a casa una tarde de lluvia, y encontraste sentado en un banco a aquel
amigo fiel del que siempre hablas, esperando con un abrazo.
Cómo
paseasteis horas y horas por aquella callecita solitaria que sólo vosotros
conocéis.
Dime,
que fuera de ser una amenaza, un enemigo con el que estar alerta, fue la
aspirina para el alma que tanto necesitabas.
Dime
que, pasado un tiempo, todo aquello parecía más pequeño.
Que
un día, por fin, saliste de fiesta. Que sonreíste al mirarte al espejo. Que te
reías de tus ojeras, de aquel lunar que tienes en la ceja, y que te hace única.
De esos kilitos “de más”. Que usaste aquel pintalabios, ese que no le gusta a
nadie, pero que a ti te encanta, besaste tu reflejo y comenzaste a girar sobre
tus tacones o zapatillas hasta llegar a la pista de baile.
Que
estabas preciosa.
Que
lucías la sonrisa más deslumbrante y bailaste hasta que no podías más. No para
ser la mejor, no para intentar que todas las miradas estuviesen en ti, solo
para bailar,
Para
reír a carcajadas.
Para
que vuele tu falda, para que vueles tú.
Para
que vuelen si quieres también tus bragas.
Que
ilumines por ti misma, que no seas el reflejo de nadie. Que vueles libre.
Tendrás
que contarme también, que pasados los años, te diste cuenta que la vida era más
que eso.
Que
llegaron las arrugas, las estrías, la flacidez. Y cómo sonreías al verlas.
Cuéntame
que eran recuerdos. Recuerdos de cómo tu vida estuvo marcada por personas, por
momentos y no por reglas.
Que
salías a la calle con aquella blusa escotada, segura de ti misma. Pisando
fuerte, dejando huella.
Que
no dejaste nunca que te pasaran por un molde.
Que
no han tenido cojones de ponerte un número de serie de algún clon más.
Que
eras preciosa. Que eres preciosa. Jodidamente preciosa. Diferente y jodidamente
preciosa.
Querida
y preciosa hija. Que no te llamen pequeña, porque eres enorme sin importar tu
tamaño.
A
mí, ya para terminar, me queda luchar, esperar y confiar.
Confiar
en que tú que estás leyendo esto, aprendas.
Aprendas
a ser fuerte, a cuándo usar tu fuerza, a cuándo abrazar el dolor.
Que
aprendas y sepas, que si juntas somos invencibles, individualmente, que no
solas, somos la hostia.
Querida
y preciosa hija. Último consejo no apto para todos los públicos.
Si
alguien te molesta,
No
le digas que te coma el coño, porque ahí no se acerca cualquiera.
Dile
que le follen.
Así
todos seríamos más felices y el mundo iría mejor.
Lendania